septiembre 01, 2006

VI Informe de Gobierno que leería Vicente Fox

(Foto: Gustavo Camacho)

México D. F., 1 de septiembre de 2006


Honorable Congreso de la Unión:

En cumplimiento del artículo 69 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, comparezco ante esta Soberanía, para entregar el informe escrito sobre el estado general que guarda la administración pública del país.

En él se detallan las actividades del Poder Ejecutivo Federal durante el último año. Se presenta, además, un registro de lo realizado por el gobierno federal a lo largo de estos seis años.

Hoy, agradezco la oportunidad de reflexionar, junto con ustedes y con la nación entera, sobre el significado que ha tenido este periodo histórico en la vida democrática de México.

La fuerza de nuestra democracia radica en la fuerza de la ciudadanía.

México es hoy una nación de ciudadanos; una nación de mujeres y hombres libres.

La sociedad ahora es la protagonista de las grandes transformaciones de México. Su voz es expresión de la democracia que hemos construido.

Durante estos seis años, las y los mexicanos tomamos en nuestras manos la tarea de fortalecer y dar vigencia plena a la República.

La división de poderes se ha consolidado como el pilar de la nueva gobernabilidad democrática; como el principio para seguir avanzando por el camino de la unidad, la paz social, el bien común y la democracia.

Los tres Poderes de la Unión asumimos el compromiso de trabajar, con un amplio sentido de corresponsabilidad, en la defensa de los intereses nacionales.

Como nunca antes, Legislativo, Judicial y Ejecutivo hemos acatado y respetado las decisiones que surgen en el seno de otro poder.

La plena vigencia de este equilibrio republicano ha sido un elemento fundamental para el fortalecimiento de nuestras instituciones.

Hemos ingresado plenamente a la era de la deliberación.

Hoy, las grandes decisiones son producto del debate democrático y de la corresponsabilidad.

El establecimiento de una presidencia constitucional exigió un difícil ajuste en las prácticas de gobierno, no exento de momentos de tensión.

El Estado mexicano funciona cada vez más bajo un sistema de pesos y contrapesos, que se ha convertido en base sólida para la construcción de acuerdos.

En esta nueva etapa, hemos pasado del federalismo en el discurso al federalismo en los hechos.

Hemos puesto fin a un centralismo que degradaba la autoridad de los poderes locales.

Hoy, federalismo significa responsabilidad compartida en la solución de los problemas locales, con una visión nacional.

La concurrencia eficaz y constructiva de los diferentes órdenes de gobierno fortalece y engrandece a la República.

Democracia es sinónimo de libertad, y hoy México vive un auténtico régimen de libertades.

Gracias a la lucha ardua y prolongada de la sociedad, ahora podemos participar, disentir y decidir, con la dignidad de mujeres y hombres libres.

Las libertades de expresión y de prensa, de asociación y reunión son ya reflejo de una sociedad abierta y plural. Ahora deben ser también factores de unidad nacional.

Las y los mexicanos creemos en la fuerza del derecho, no en el derecho de la fuerza.

Hemos convertido a la ley en el primer instrumento de gobierno y la mayor garantía de las libertades y derechos ciudadanos.

El respeto a la legalidad no es ni podrá ser nunca discrecional; es la condición básica del contrato social.

Hoy, democracia es el verbo y el sustantivo de la vida nacional.

La democracia se consolida en el estricto apego a la legalidad; en el respeto a las instituciones; en el diálogo abierto entre todas las fuerzas políticas y en la toma de decisiones a través del acuerdo.

Aun siendo perfectibles, las instituciones son el más sólido fundamento de la gobernabilidad.

Ellas son parte esencial de nuestra historia.

Sin instituciones, la acción ciudadana se diluye.

Sin leyes y sin instituciones, la democracia se aniquila.

Como nunca antes, hoy la gestión pública es verdaderamente pública, de cara a la ciudadanía.

La transparencia y la rendición de cuentas son hoy puntales de nuestra vida democrática y preciados bienes públicos

Gracias a la acción corresponsable de los poderes Ejecutivo y Legislativo, hoy contamos con una ley y un instituto que promueven la transparencia.

La nueva y creciente participación de la sociedad civil ha sido clave para vigilar la gestión y el buen uso de los recursos públicos federales.

En la consolidación del Estado de derecho, el Poder Judicial ha sido factor decisivo para que nuestra democracia ciña su actuar a reglas claras y justas.

El poder judicial ha sido también garante de apego a la legalidad. Sus resoluciones han dado certidumbre al avance político nacional.

La vitalidad del Congreso refleja la dimensión de nuestra democracia.

El Poder Legislativo ha dado pasos sustanciales para construir un nuevo marco legal propicio al desarrollo de una sociedad más próspera, justa, equitativa e incluyente.

Las leyes aprobadas en estos seis años son el fundamento de una nación que condena y castiga la violencia contra las mujeres; que combate la discriminación; de un México que afirma la dignidad de los indígenas, los niños, las personas con capacidades diferentes y los adultos mayores; de un país que garantiza a todos el derecho a la salud y la educación.

Nuestra democracia se ha fortalecido también con leyes que aseguran la transparencia y el derecho a la información; con leyes que nos conducen hacia una economía centrada en el bienestar de las personas y promueven el desarrollo en el campo, y con reformas económicas que nos dan certidumbre y estabilidad.

Donde imperan la pobreza y la desigualdad, no puede echar raíces firmes la democracia.

La democracia efectiva sólo se da entre iguales; su consolidación exige la superación de la pobreza.

La pobreza atenta contra la dignidad de las personas e impide la construcción de una ciudadanía plena.

Hemos promovido la convergencia de las políticas económica y social, como la base para construir una sociedad más justa y humana; una sociedad orgullosa de su identidad pluriétnica y multicultural; una sociedad comprometida a saldar su deuda histórica con las y los indígenas.

Éstos han sido años de trabajo intenso, para que millones de niños y jóvenes, de mujeres y hombres hicieran valer su derecho a la alimentación, a la salud, la educación de calidad y la vivienda; para que pudieran ampliar sus capacidades y oportunidades.

Ellos son el presente y el porvenir. Su futuro es el futuro de México.

Sin crecimiento económico, no hay desarrollo humano.

El mandato que recibimos de la ciudadanía fue conjugar democracia con crecimiento económico y equidad social.

Hoy la democracia y la estabilidad económica van de la mano; son el piso firme del desarrollo nacional.

Gracias a un manejo responsable de la política económica, las y los mexicanos hemos aumentado el ingreso nacional, reducido la pobreza y mejorado la calidad de vida de las familias.

También hemos logrado disminuir a niveles históricos las tasas de inflación y de interés.

No hemos endeudado a las futuras generaciones. Por el contrario, hemos reducido de manera sustancial la deuda pública externa.

Establecimos como meta el equilibrio en las finanzas públicas y, con la valiosa colaboración del Congreso, lo hemos alcanzado.

Este hecho, inédito en la historia, permitirá que el próximo gobierno inicie con finanzas públicas sanas.

A través de novedosos esquemas de inversión, juntos, los sectores público y privado hemos contribuido decididamente a la ampliación y modernización de la infraestructura nacional.

México cuenta ya con instalaciones que garantizan el abasto energético de la próxima década. Atendiendo a las demandas de estados y municipios, también hemos puesto al día la infraestructura de comunicaciones y transportes del país.

Nuestro compromiso ha sido que la política económica esté al servicio de las personas.

La estabilidad económica ha permitido proteger el ingreso de las familias. Con mayor poder adquisitivo y créditos a tasas fijas y a largo plazo, más mexicanos cuentan ahora con una casa digna y con bienes que mejoran su calidad de vida.

Estos logros, si bien insuficientes, son un poderoso aliciente para continuar nuestra lucha en favor de un México más justo y más próspero.

La democracia es una conquista de la conciencia y de la razón.

Es un patrimonio de todos los mexicanos; un patrimonio que se ha alcanzado con la lucha de generaciones.

Vivir en democracia es nuestra decisión. Es responsabilidad de todos fortalecerla y hacerla más eficaz.

La gobernabilidad democrática avanza por la vía institucional. Hoy los conflictos políticos y sociales se procesan en las instituciones.

La democracia no es un fin en sí mismo; es un medio para consolidar a la nación y alcanzar el desarrollo que todos queremos.

Los verdaderos demócratas piensan, hablan y actúan con apego a los valores y las normas de la democracia.

Para ser demócrata no basta proclamarlo.

La convicción democrática se demuestra en los hechos.

Este año ha sido especialmente sensible en nuestra vida política. Es preciso evaluarlo a la luz de las libertades que nos ha dado la democracia.

El pasado 2 de julio, fuimos partícipes del proceso electoral más concurrido y competido de nuestra historia.

Con entera libertad, las y los mexicanos hemos decidido el rumbo de la nación.

En todo este proceso ha prevalecido un ánimo cívico ejemplar, que da muestra de la solidez de las instituciones.

El Instituto Federal Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación demuestran, una vez más, que son baluartes de nuestra democracia.

Con la participación ciudadana, la democracia se ha fortalecido. Desconocerlo es negar la voluntad colectiva.

Los ciudadanos son los mejores testigos de este proceso histórico.

México es una nación plural. El mandato de las urnas ha sido por el diálogo y el acuerdo. El diálogo es fundamento de la democracia.

En el México democrático, el motor de la transformación es el voto de la ciudadanía, no el veto a las instituciones.

No se debe someter a la democracia bajo el argumento de la democracia.

No se debe pretender acorralarla por la vía de la intransigencia y la violencia.

Quien atenta contra nuestras leyes e instituciones, atenta contra nuestra historia, atenta contra México.

Nadie puede decirse a favor del pueblo cuando atenta contra él.

Una sociedad dividida es una sociedad débil; una sociedad incapaz de alcanzar sus fines; incapaz de atender a los más necesitados.

Todos tenemos la obligación de promover el entendimiento que nos lleve a encontrar coincidencias, conciliar divergencias, visiones e intereses contrapuestos.

México reclama prudencia, no estridencia.

México necesita que prevalezca la razón, no la cerrazón.

México exige armonía, no anarquía.

Es momento de unidad.

Es momento de unidad en torno a los valores e instituciones de la nación; de unidad para alcanzar los anhelos de democracia, justicia y bienestar social del pueblo mexicano.

Por encima de filiaciones y diferencias, tenemos una historia y un futuro comunes.

México es una patria generosa en la que cabemos todos.

En este Sexto Informe de Gobierno, quiero hacer un reconocimiento a las y los ciudadanos por su voluntad y determinación de vivir en paz y en armonía.

La historia habrá de valorar el compromiso de quienes participaron en la construcción de la democracia mexicana.

Agradezco a todos los actores políticos y sociales su trabajo comprometido con los más altos propósitos de la nación.

Cada ciudadano, desde su ámbito de competencia, ha puesto toda su voluntad para hacer de México la democracia que hoy nos enorgullece.

Hago un reconocimiento a nuestras heroicas Fuerzas Armadas, por su desempeño eficaz, su lealtad, su estricto apego a la ley y su respeto a las instituciones.

En democracia, nuestras Fuerzas Armadas han servido a las mejores causas de la patria.

Honorable Congreso de la Unión:

Esta ceremonia republicana merece una reflexión sobre los retos que le esperan al país.

Los cambios y logros que hemos alcanzado como sociedad son valiosos, pero incompletos.

Hemos creado instituciones y nuevas leyes. Sin embargo, no hemos concluido aún las transformaciones históricas que los tiempos demandan.

La pobreza y la desigualdad siguen siendo los principales enemigos de México.

Nuestro país no alcanzará la equidad y la justicia mientras existan comunidades sin suficientes servicios básicos; mientras aún queden pueblos indígenas en condiciones de marginación; mientras miles de personas se vean obligadas a emigrar en busca de mejores horizontes; mientras todavía haya mexicanos discriminados.

La paz y la concordia nacionales exigen mayor justicia social.

La inseguridad es otra de las deudas a saldar. La razón primordial del Estado es garantizar ese bien público. Para toda sociedad es esencial la protección de la integridad física, moral y patrimonial de las personas. La aprobación de la ley de seguridad pública y justicia penal contribuiría de manera determinante a la lucha contra la delincuencia.

La estabilidad económica no se ha reflejado suficientemente en la generación de empleos y fuentes de ingreso para atender, sobre todo, las aspiraciones de nuestros jóvenes. Generar trabajo digno y oportunidades de ingreso independientes, para todas las familias y personas, continúa siendo un reto para México.

Requerimos también acordar las reformas que nos permitan acelerar el paso, ser más competitivos y contar con más recursos para dar respuestas eficientes a las legítimas demandas de la sociedad.

El futuro está en nuestras manos si privilegiamos la tolerancia por encima de la intransigencia; la búsqueda de acuerdos por encima de la descalificación; la voluntad de entender al otro por encima de las divisiones.

La consolidación de la democracia pasa por un reconocimiento de nuestra pluralidad; por la construcción de un proyecto incluyente de nación, conformado por todas las propuestas políticas.

México exige la voluntad y el compromiso de todos.

La voluntad colectiva es el sustento de nuestra vida democrática.

Ha sido para mi un honor servir a México como presidente de la República; es también mi mayor orgullo.

Ésta es, sin duda, la experiencia más importante de mi vida y la que llevaré siempre en mi corazón.

En estos seis años de gobierno, me he conducido invariablemente con rectitud, con respeto a la palabra empeñada y con apego a la verdad.

En todo momento, he dado lo mejor de mí.

En estos seis años, México ha cambiado.

Los mexicanos estamos cambiando a México y México nos ha cambiado.

Después de una larga lucha, hemos convertido a la democracia en nuestro presente.

Ese será también nuestro futuro.

México será una nación cada vez más fuerte, cada vez más libre y cada vez más justa.

La democracia ha valido la pena.

La democracia vale la pena.

¡Viva la democracia!

¡Viva México!